Era extraño. No solía encontrarme dos veces a los mismos humanos. Pero ellas tres eran una excepción.
La de la derecha resultaba algo delgaducha, con una risa aguda y unos ojos capaces de penetrar el alma; la de la izquierda tenía una bonita sonrisa. Parecía algo quisquillosa, pero manejaba cualquier situación, sin duda. La otra, Tamara… Creo que ella me mira.
– ¡Laura! -se abalanzó sobre su amiga.
Esa era. La que gritaba. Tenía que permanecer escondido, no quería que me viese espiándolas otra vez.