Se sentó en el borde del pretil y balanceó las piernas. Le gustaba aquella sensación de libertad. Una ráfaga de aire frío le golpeó la cara: era una perfecta noche de invierno.
En cualquier otro lugar se rascaría la cabeza pensando qué diría al volver, cómo disculparse… pero allí no podía permitirse pensar; solo necesitaba unos segundos para recomponerse.
-¡Alejandro!- una chica corrió hacia él.
Cuando llegó, resopló y se apoyó en sus piernas, hasta que recuperó el aliento. Tenía los ojos hinchados.
– Pero, ¿qué estás haciendo aquí? –le preguntó asustado mientras se ponía en pie-. Vuelve a casa.