El mirador gozaba de vida.
Algunas parejas se arrimaban unos a otros para respetar la distancia recomendada entre ellos y el siguiente grupo. Ninguna pandemia arruinaría aquel atardecer. Las mascarillas cubrían algunos besos, pero los ojos estaban completamente abiertos para empaparse con las vistas.
Del cielo brotaba una bola de fuego que poco a poco se despedía detrás de una montaña. Ese fuego rojizo y anaranjado abrazaba el cielo, extendiéndose a su alrededor y transformándose en rosa. Un rosa tímido que pintaba el horizonte, las nubes y la estela de un avión que navegaba en busca de un destino.
La escena consiguió enmudecer durante unos segundos a todos los espectadores. Esos benditos segundos donde no importaba nada, esos efímeros segundos etéreos, inefables.
Entonces, alguien sacudió la cabeza y sacó un teléfono móvil. Despertándonos del trance, volvimos a la realidad y todos “instagrameamos” el momento.
Un buen artículo de amor y limpio. Es lo que hay que resaltar en nuestros días, en medio de una sociedad hedonista, que el amor es bello, pero que no hay que ensuciarlo con la lujuria.
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Un buen artículo de amor y limpio. Es lo que hay que resaltar en nuestros días, en medio de una sociedad hedonista, que el amor es bello, pero que no hay que ensuciarlo con la lujuria.
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