Cuando abrí los ojos solo había oscuridad.
Era una oscuridad pesada, espesa, no como cuando me despertaba en mitad de la noche en mi habitación que apenas se iluminaba por la tenue luz de las estrellas o la luna que se filtraba por mi ventana. Ésta era una oscuridad distinta, casi tangible.
Permanecí unos segundos convenciéndome de que había abierto los ojos y de que aquello era real… ¿o no? lo último que recuerdo es desmoronarme en la cama de mi habitación.
¿Estaba soñando?
Me incorporé siendo más consciente- o debería decir inconsciente– de que aquello podría ser producto de mi imaginación. No sería la primera vez que experimentaba algún sueño lúcido. Sin embargo, de ser así, ¿por qué soñaba con oscuridad? ¿por qué mis manos y mi cuerpo temblaba sin ninguna explicación? ¿qué era ese mareo?
El sonido de un lamento interrumpió mis cavilaciones.
Intenté formular palabra pero el miedo o las dudas de que estuviera dentro de una pesadilla me hizo no pronunciar palabra alguna.
Afiné el oído. El lamento parecía no estar muy lejos.
Di un paso hacia adelante, procurando no hacer ruido. Otro. Y otro. Y uno más. Choqué con una pared. Palpé la fría piedra rugosa y me dirigí guiada por ésta hacia lo que parecía ser una puerta formada por barrotes de metal. Y extremadamente fría.
De pronto el lamento que escuchaba como un llanto contenido consiguió adquirir forma:
‘Ayúdame…’
Tragé saliva. Me aventuré hacia el lugar exacto desde donde el llanto se producía y entonces pude sentir que no estaba sola. Entre aquella oscuridad supe que había un rostro surcado de lágrimas apenas unos centímetros de mí, que había un corazón roto cerca del mío.
Fue así como, sin más dilación y olvidándome de que seguramente me encontrara dentro del mundo onírico extendí mi brazo y agarré la mano de aquella persona desconocida que buscaba consuelo.
– ¿Te echo una mano?
En cuanto nuestros dedos se entrelazaron una luz brotó de mi mano, como una llama blanca pequeña y cegadora durante unos segundos. Acto seguido, pude localizar los objetos más cercanos: una alfombra, un suelo de madera, una mesa y una persona. Le miré al rostro y enmudecí de inmediato.
Era el chico de la panadería. Era la mujer del periódico. Era el portero. Era tu compañera de piso. Era tu compañero de universidad. Era el vagabundo que se sienta en el cruce de la calle mendigando atención. Era la chica que bailaba en la fiesta con sonrisas falsas. Era el chico que se escondía detrás de una máscara. Era la chica que siempre se reía. Era el chico que se mentía a sí mismo.
Era tu familia, tus amigos, tus conocidos. Eran los míos.
Era yo.
Eras tú.
Tras el susto, desperté.
Ufffff Marta!!!😍😍 De todos tus textos, este es sin duda uno de mis favoritos❤ Está muy bien pensado y es precioso 😘😘😘 me encanta🤗🤗
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Muchísimas gracias!! Es un relato que esconde más de lo que parece, un besazo!! ❤ ❤
PD.: voy directa a leer el tuyo 😉
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Es un relato magnífico Marta, y muy redondo. No sólo por lo que cuentas, sino por todo lo que se puede leer entre líneas. ¿Y si toda nuestra vida fuera un sueño? ¿Qué nos encontraríamos al despertar?.
Enhorabuena Marta, nos dejas con ganas de más.
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¡Muchísimas gracias! Me alegra un montón que hayas entendido el relato y hayas podido leer entre líneas, que de eso se trata en la mayoría de mis textos. Un abrazo enorme! 🙂
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¡Que lindo relato! Me gusta mucho tu blog, ¿nos seguimos? Un beso😊
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¡Muchas gracias! Por supuesto, ya estoy esperando tu primera entrada 😉 un beso!
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Bravo Marta, excelente e inquietante relato! Cuesta mucho mirarnos dentro y afrontar nuestros miedos, tus palabras me acompañan hacia ese viaje al interior.
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